Estoicismo moderno: ¿En verdad queremos sentir menos?
- Amor Hdz
- 25 sept
- 3 Min. de lectura
En los últimos meses he visto cómo el estoicismo se volvió tendencia en redes sociales.
No como filosofía profunda, sino como cápsula rápida: sufre menos, siente menos. Se recomiendan libros entre influencers, frases, hacks emocionales… todo reducido a un consejo que parece práctico: blindarnos contra el dolor. Y claro, ¿Quién no querría hacerlo? Pero algo de eso me inquieta.
Porque lo que estamos repitiendo, como un eco colectivo, es la idea de que sentir es un riesgo. Que la intensidad debe controlarse. Que es mejor ser menos amorosos, menos vulnerables, menos entregados. Como si protegernos fuera sinónimo de vivir.
El estoicismo, en su raíz, nunca fue eso. No era reprimir emociones, sino aprender a distinguir lo que está en nuestras manos de lo que no.
Como escribió Epicteto: “No son las cosas las que nos perturban, sino las opiniones que tenemos sobre ellas.”
Era una forma de mantener la dignidad en medio del caos, no de dejar de amar para no salir heridos.
Lo que hoy circula es otra cosa: una versión rápida y deslavada, convertida en lema motivacional para no comprometerse con nada ni con nadie. Una filosofía reducida a anestesia.
El problema es que la anestesia no distingue entre lo que hiere y lo que ilumina: adormece todo. Nos protege del sufrimiento, sí, pero también del gozo. Del vértigo de amar, de la risa hasta el llanto, de la emoción de entregarse sin cálculo. En ese intento de evitar el dolor, vamos perdiendo también la intensidad de estar vivos.
Y lo veo alrededor. Vivimos sociedades cada vez más solitarias desde pandemia: trabajamos desde casa, conversamos a través de pantallas, nos relacionamos en chats que se interrumpen con notificaciones. Las apps convierten a las personas en un catálogo que se desliza con el dedo. El interés se mide en corazones digitales. El cortejo se redujo a un like. Es una ilusión de abundancia que en realidad es escasez. Una economía del afecto donde el amor y la atención se administran como recursos limitados.
Dar de más parece perder valor. Entregarse parece ingenuo. Mostrar interés parece una debilidad. Y así, poco a poco, el vínculo humano se convierte en una transacción: ¿Qué me das para que yo te dé? Nadie quiere quedar como el que siente más, como el que se expone primero. Todos ensayamos indiferencia como si fuera una defensa legítima.
A veces lo imagino en lo cotidiano: alguien que borra un mensaje antes de enviarlo porque piensa que se leerá como desesperación. Un silencio deliberado para no dar la impresión de querer demasiado. La notificación apagada en la pantalla se convierte en una pequeña victoria del orgullo sobre el deseo. Pero en ese triunfo se pierde algo: la posibilidad de un encuentro, de una palabra que cruce la distancia, de un abrazo que nos cure el alma.
Yo también lo he vivido. En algún momento me pregunté si mi intensidad era un defecto, si debía aprender a sentir menos para encajar. Me dijeron que era “demasiado”: demasiado intensa, demasiado amorosa, demasiado vulnerable. Intenté creerlo. Intenté moderarme. Pero lo único que conseguí fue sentirme más lejos de mí. Porque en el fondo lo que me sostiene es justo eso: la fuerza de mi entrega, incluso cuando me rompe.
A veces me pregunto: ¿Qué es lo que realmente estamos defendiendo? ¿Nuestra paz? ¿O solo nuestro miedo? Tal vez hemos confundido la calma con la desconexión, la fortaleza con el desapego. Tal vez lo que llamamos sabiduría es solo un disfraz de la cobardía de volver a intentarlo.
Yo no creo en un mundo donde sentir menos sea la salida. Si algo me ha enseñado la vida es que la intensidad duele, pero también salva. Que lo más humano —y lo más vivo— es entregarse aunque no haya garantías. Prefiero equivocarme por sentir demasiado que acostumbrarme a no sentir nada.
No quiero un mundo de corazones blindados, quiero un mundo de corazones vivos. Aunque a veces se rompan, aunque a veces se pierdan. Porque solo lo que se entrega tiene la posibilidad de ser compartido. Y solo lo que se comparte nos recuerda que estamos aquí, latiendo, juntos, todavía capaces de arder.
Por Amor Hdz

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