¿Alguna vez te has dado cuenta de cuándo una persona comienza a borrarse lentamente de tu mente?
No es un acto repentino. No es que un día despiertes y ya no esté. Es más bien un proceso sutil, casi imperceptible. Un desvanecimiento lento, como la niebla que se disipa con el sol de la mañana. No desaparecen del todo, pero dejan de estar presentes de la misma manera.
Al principio, su ausencia pesa. Te preguntas si te extraña, si algún día intentará volver, si en algún rincón del tiempo aún existe un futuro donde puedan encontrarse. Pero con el tiempo, esas preguntas pierden fuerza. Se vuelven más espaciadas, menos urgentes. Hasta que un día notas que ya no revisaste su última conexión, que su nombre no apareció en tu cabeza mientras veías una película, que su recuerdo ya no duele. Y entonces lo entiendes: te estás curando. Y qué alivio se siente.
Pero somos seres complicados. Nos aferramos al pasado, incluso cuando sabemos que nos lastima. Nos da miedo soltar porque nos aterra el vacío que deja lo que alguna vez fue parte de nosotros. Guardamos vestigios, atrapamos momentos en rincones de la mente, como si esconderlos bastara para evitar que se desvanezcan del todo. Como si fuera posible retener lo que, en esencia, ya no existe.
Nos torturamos con emociones del pasado porque el caos nos resulta familiar. Nos refugiamos en la nostalgia como si fuera un hogar seguro, aunque sepamos que es solo una trampa disfrazada de consuelo. Nos aferramos a lo que fue, no porque lo queramos de vuelta, sino porque lo desconocido nos asusta más que cualquier herida abierta. Y así seguimos, sosteniendo con una mano la cuerda del pasado, mientras con la otra intentamos alcanzar el futuro, esperando que alguien nos la sujete antes de soltarnos por completo.
Me aferro a los últimos restos de tu recuerdo, no porque quiera que vuelvas, sino porque dejarte ir por completo me haría sentir lo que siempre supe: que nunca estuviste aquí.
Nos asusta olvidar. Nos aterra la posibilidad de que lo que un día llenó nuestras horas termine reducido a un par de imágenes borrosas. Pero así es como funciona el tiempo. Lo que alguna vez ardió con fuerza, un día solo queda en cenizas. Nos gusta creer que algunas personas son imborrables, pero la verdad es que todo se desgasta. Todo pasa. Todo se va.
Así que sí, soy una nostálgica de mierda. Porque en las noches, cuando el día ha terminado y todo queda en silencio, aún me descubro buscándote en algún pensamiento. Intentando recordar si te pensé. Y cada vez lo hago menos. Y aunque debería alegrarme, hay una parte de mí que se entristece al saber que, al final, serás solo un eco lejano, un reflejo borroso en algún rincón de mi mente.
Uno que, quizás, ya ni siquiera vale la pena recordar.
Quizá eso es lo inevitable: olvidar, hasta que un día nos demos cuenta de que ya ni siquiera vale la pena recordar.
--Amor Hdz.
Comments