top of page
Buscar

Xilitla, un rincón que me soñó primero

  • Foto del escritor: Amor Hdz
    Amor Hdz
  • 25 mar
  • 4 Min. de lectura

Antes de llegar a Xilitla, ya lo conocía. No por haber estado ahí muchas veces, sino porque era el lugar al que mi mente huía cada vez que todo se ponía demasiado. Cuando mis terapeutas me pedían que pensara en un sitio seguro, uno donde pudiera respirar en medio del caos, siempre elegía el mismo: ese rincón verde escondido en la Huasteca Potosina. Xilitla era, sin saberlo, mi lugar seguro.

Ocho años después de conocerlo por primera vez, volví. Esta vez no de paso. Esta vez a vivirlo. Y con eso, le cumplí una promesa silenciosa a mi yo del pasado. Viví ahí un mes. No fue un gran viaje planeado ni parte de una ruta extensa. Fue solo eso: algo que tenía que hacer. Y lo hice.

Venía de Tailandia, de muchas horas de vuelo, de selvas distintas. Pero la necesidad seguía ahí. Quería seguir en movimiento. Seguir explorando, aunque fuera dentro de mí. Así que llegué a San Luis, conseguí un voluntariado en un hostal del centro y me quedé.

Era un lugar pequeño, con terraza y sillas cómodas, a unos pasos del pueblo. No pasaba mucho, pero todo pasaba. La gente llegaba, se iba. Cada quien con su historia. Algunas se compartían, otras no. Pero había algo en la energía de los hostales que me gusta, algo difícil de explicar. Como si todos estuviéramos de paso en algo más grande, y aun así, por un momento, coincidíamos.

Yo trabajaba en recepción. Era sencillo. Lo interesante no era lo que hacía, sino lo que se generaba. Cierta complicidad con los que pasaban por ahí, conversaciones breves que a veces se quedaban más tiempo que la persona. Cerveza, música suave, risas que no necesitaban contexto. Me di cuenta de que me gustaba estar en esos espacios. Que había algo en esa forma de vivir que me resonaba.

Mis días allá eran simples y bonitos. Me despertaba, hacía lo que me tocaba, y luego salía a caminar. El pueblo era pequeño, pero siempre encontraba algo nuevo. Me gustaba ir al tianguis los domingos, perderme entre los puestos de comida, mirar bailar a la gente al ritmo del son huasteco, pasar por las panaderías, ver los árboles llenos de humedad. Todo estaba cerca. Si me organizaba bien, podía escaparme a algún punto turístico o a un pueblo vecino con alguno de los huéspedes .A veces solo me iba sola a las cascadas a pasar el día. A leer, flotar o dejar que el agua me aclarara la cabeza.

Uno de esos días, mientras leía El poder del ahora sentada en la terraza, subrayé una frase que me hizo detenerme:

“Tú no eres tus pensamientos, eres la conciencia detrás de ellos.”

Me quedé ahí un buen rato, sin avanzar de página. Hasta ese momento, yo no sabía muy bien cómo vivir el presente. Siempre estaba pensando en lo que ya pasó o en lo que podría pasar. Tenía la cabeza llena de historias, de recuerdos que volvían solos, de preguntas que nadie respondía. Y esa frase me hizo ver que yo no era todo eso. Que, en realidad, podía observar esos pensamientos sin tener que quedarme atrapada en ellos. Como si pudiera tomar un paso atrás y solo mirar.

Creo que fue la primera vez que entendí lo que el autor quería decir. No se trataba de dejar de pensar, sino de no dejar que los pensamientos manejaran todo. Dejar de vivir en piloto automático. De estar presente de verdad, aunque fuera solo un momento.

Y ahí estaba yo. En una terraza en medio de la selva, con el cielo empezando a cambiar de color, el aire fresco en la piel y ese silencio que no incomoda. No tenía todo resuelto, pero por un instante sentí que podía simplemente existir. Y eso fue algo nuevo para mí.

Y no sé por qué, pero ese día todo se sintió más liviano. Como si no tuviera que entenderlo todo, ni resolver nada urgente. Solo estar ahí, viendo cómo la tarde se metía entre las montañas.

Xilitla me dio eso. No respuestas, no certezas. Solo una forma distinta de estar en el mundo, aunque fuera por un rato.

Estar sola ahí no se sintió vacío, se sintió libertad. Comer o no, salir o quedarme, hablar o guardar silencio, tomar un café o una cerveza sin pensar demasiado. Todo lo decidía yo. Todo dependía solo de mí.

Y había algo muy valioso en eso.

Me gustaba regresar a tiempo al hostal solo para ver el atardecer desde la terraza. Era una especie de ritual. La luz cayendo, la brisa tibia, la música de fondo, alguien fumando en silencio, alguien más bajando con una toalla mojada…Y yo, ahí, en medio de todo eso.

No conocía a nadie. Nadie me conocía a mí. Y, sin embargo, me sentía muy acompañada. Por mí.

Y cuando llegó el último día, no me sentí triste. Me sentí tranquila.

Con esa calma que aparece cuando algo se vive bien. Cuando no hace falta más.

Xilitla fue una promesa que me cumplí. Una de esas que se escriben en una libreta y se olvidan… hasta que un día te das cuenta de que ya estás ahí, viviendo lo que deseabas hace años.

No hubo grandes lecciones. Solo momentos. Pequeños. Profundos. Suficientes.

Me fui con cariño. Con la sensación de haberme reencontrado con una versión mía que me gustó conocer.

Me fui sin llevarme todo, pero dejé algo de mí. Tal vez por eso Xilitla sigue regresando, incluso cuando yo ya no estoy allá.

No todas mis versiones caben en mi día a día. Algunas solo aparecen cuando me dejo estar, sin prisa, sin ruido. Como aquella vez, en un rincón de la selva.


-- Amor Hdz.


Letrero de Xilitla, S.L.P.
Letrero de Xilitla, S.L.P.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
2,920 días

No hay aniversarios para los días que casi no cuentan. Nadie pone una vela por los silencios. Pero yo recuerdo. A veces con nudos. A...

 
 
 
Preguntas al vacío

Hay días en los que despierto y la nostalgia se queda conmigo, como si hubiera encontrado en mi almohada su lugar favorito. A veces me...

 
 
 

Commenti


Contáctame

Pregúntame lo que sea.

"Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Amor M. Chávez H. y están protegidos por derechos de autor. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización."

bottom of page