Ya es febrero, el mes del amor y la amistad. Siempre hablamos del amor romántico, de lo difícil que es encontrar a alguien que se quede, de lo mucho que duelen las relaciones cuando terminan… pero casi nunca hablamos de la amistad. De lo mucho que nos cambia, de lo importante que es, y sí, de lo mucho que también puede doler.
Para mí, la amistad es una decisión. Igual que el amor, pero sin tanta idealización de por medio. Hay amigos que, aunque no duren toda la vida, en su momento se sienten como si fueran para siempre. Algunos siguen aquí, otros ya no, y con el tiempo he aprendido que la amistad también puede romperte, dejar cicatrices y hacerte replantear muchas cosas.
Antes veía la amistad de una forma muy distinta. Hubo un tiempo en el que fui muy cerrada, muy selectiva. Luego, intenté hacer lo contrario y terminé dejándome usar por personas que no lo merecían. Después de varios golpes (y varias despedidas), aprendí a encontrar un punto medio: a elegir mejor, a saber cuándo una amistad realmente vale la pena y cuándo es mejor soltar. Pero no fue fácil.
La primera vez que alguien a quien llamaba mi mejor amigo me dejó con todo en las manos, fue antes de que tocara fondo con mi salud mental. En su momento lo entendí, nunca lo juzgué ni le reclamé, pero eso no significa que no me rompiera. No puedo decir que no me dolió ni que no sufrí su ausencia. Y claro, en ese entonces pensaba que si alguien se alejaba de mí, era porque yo tenía la culpa. Quizá en parte sí, pero con el tiempo entendí que no todo gira en torno a lo que hice o dejé de hacer.
Hace poco encontré un diario viejo, y entre sus hojas dobladas y tachones de tinta me topé con algo que ya ni siquiera recordaba: el dolor que sentí cuando me alejé de un grupo de amigos con quienes viví momentos intensos, los años más caóticos de mi vida. Y mientras lo leía, lo único que pensaba era: ¿Cómo pude aguantar tanto? ¿Cómo pude quedarme en un lugar donde claramente no importaba? Ahora lo veo con otra perspectiva, pero en su momento me dolió como si me arrancaran un pedazo de vida.
Y luego vino la última vez. Ya con más madurez, con más consciencia, tuve que poner límites con una persona que fue clave en mi recuperación. No fue bonito, no fue fácil, pero era necesario. Me costó decir "esto no está bien", porque por mucho tiempo pensé que poner límites era perder a la gente. Hasta que entendí que a veces, ponerlos es la única forma de quedarte contigo mismo.
Las amistades duelen más de lo que queremos aceptar. A veces, más que una relación de pareja. Pero también he aprendido que hay amistades que son un refugio. Una familia que escoges. No siempre estamos de acuerdo, pero el cariño está ahí, la lealtad está ahí. Y cuando una amistad es verdadera, lo sientes.
También aprendí que ya no voy a tolerar ciertas cosas. Durante años dejé que me usaran, me acostumbré a ser la que siempre estaba, la que daba, la que resolvía. Pero llegó un punto en el que tuve que parar. También dejé de aguantar la falta de honestidad. Si no puedo confiar en alguien, ¿para qué llamarlo amigo?
No puedo decir que sigo sintiendo algo por las amistades que ya no están. Pero cuando las perdí, sentí que me moría. Creí que algunas serían para siempre y cuando no fue así, me costó aceptarlo. Claro que muchas veces yo también las alejé. Mi estado mental, mi forma de ser. Pero con el tiempo aprendí que cuando algo tiene que terminar, simplemente termina. No hay que aferrarse.
Y también entendí algo más: cuando me rompieron el corazón, cuando el amor me destrozó, no fue una pareja quien me sostuvo. Fue una amiga que me llevó a casa, que me compró una cerveza sin hacerme preguntas, que me dejó llorar en su hombro sin necesidad de explicaciones. Fue un amigo que manejó kilómetros solo para asegurarse de que estaba bien. La amistad, cuando es real, tiene ese poder. Y a veces, es lo único que nos salva.
Si pudiera decir algo a las amistades que han marcado mi vida, diría esto:
Por muchos años, no fui la mejor persona. Y hasta la fecha me cuesta decir que lo soy. Pero intento mejorar. Intento expresarme mejor, intento conectar mejor. Sé que no siempre fui una buena amiga, y no quiero poner excusas. Acepto que cometí errores, que muchas veces no estuve cuando debía. Pero también sé que hubo personas que no se fueron.
Personas que, incluso cuando yo solo veía oscuridad, lograban ver en mí algo que ni yo misma veía.
A ellos, gracias. Gracias por quedarse. Por no ceder. Por levantarme cuando no podía sola.
Y a los que se fueron, también gracias. Gracias por las llamadas a las tres de la mañana que me salvaron. Gracias por las salidas por pozole en el centro cuando todo se sentía una mierda. Gracias por las fotos, las risas, los conciertos, los viajes, las clases, los festivales, las fiestas de cumpleaños.
Gracias por compartir la vida conmigo, aunque haya sido solo por un ratito.
Porque incluso los que se fueron me dejaron algo.
Porque al final, la amistad es eso: un pedazo de amor que, aunque se acabe, nunca se borra del todo.
-- Amor Hdz.
Bình luận