Hay días en los que internet me asfixia. Un torbellino de consejos que no pedí, un enjambre de supuestos expertos que intentan definir la manera correcta de amar, vivir e incluso respirar. Me pregunto: ¿es posible ser experto en felicidad? Esa idea me persigue desde que vi un video prometiendo desvelar los secretos de la felicidad eterna. Como si fuera algo que alguien puede dominar, algo que se aprende de un tutorial. ¿De verdad alguien puede ser experto en algo tan subjetivo, tan íntimo como la felicidad?
Las redes sociales, en su afán de conectarnos, construyen un muro invisible entre lo que somos y lo que creemos deberíamos ser. Nos meten a todos en el mismo molde, como si nuestras reacciones, deseos y sueños fueran uniformes. Nos desconectamos de lo humano en nuestra búsqueda de conexión. Miramos pantallas en lugar de los ojos de quienes amamos. Consumimos el eco de las opiniones populares en lugar de escuchar nuestras propias voces. Nos olvidamos de que la verdadera conexión no necesita likes ni validaciones. Quizá la felicidad no se trata de seguir una receta universal, sino de atrevernos a ser nosotros mismos, con nuestras luces y sombras.
Me pregunto, ¿qué pasó con la autenticidad? Con esos momentos en los que podíamos ser vulnerables sin miedo al juicio de un algoritmo. Antes, la felicidad era un instante compartido, una risa sincera, un café con un amigo. Hoy, parece que la felicidad no es real si no está empaquetada en una foto perfecta, lista para ser aprobada por extraños.
Quizá olvidamos que la música, sin filtros ni pretensiones, a veces es lo único que nos acerca a las personas, a su verdadera esencia. Una canción puede ser un reflejo de un alma, más puro que cualquier palabra escrita en una pantalla. No hay algoritmo que pueda capturar la profundidad de una melodía que resuena en el pecho, de esos momentos compartidos donde no importa lo que otros piensen, porque estamos siendo nosotros mismos.
Y mientras todo esto pasa, las redes también nos ofrecen horóscopos camuflados. No hablo solo de astrología, aunque las cartas astrales invaden nuestros timelines, asignando personalidad y destino a partir de signos del zodiaco. Nos venden una forma de conocer quiénes somos a través de algo tan ajeno y lejano como la posición de los astros. Pero lo cierto es que ni las estrellas ni los expertos en felicidad tienen más poder sobre nuestra vida que nuestro propio corazón.
A veces, la felicidad se encuentra en el silencio, en la pausa, en el reencuentro con lo que somos más allá de las redes. Tal vez la próxima vez que me encuentre ahogada en el ruido digital, optaré por apagar la pantalla, salir a caminar, escuchar mi música favorita, leer un buen libro o simplemente respirar. Porque, al final, la felicidad no se encuentra en un consejo viral. Está en los momentos pequeños, genuinos y a menudo invisibles a los ojos de quienes buscan respuestas en las pantallas.
-- Amor Hdz.
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