top of page

El viaje que me llevó de regreso a mí

Foto del escritor: Amor HdzAmor Hdz

Hace dos años, después de una lucha constante de al menos tres años muriendo en mi habitación, decidí que necesitaba algo que me devolviera la esperanza. No podía seguir ahí, en el mismo espacio donde todos los días se sentían iguales, donde la vida me pasaba de largo mientras yo me hundía en una tristeza que se había vuelto mi única compañía. Tenía que hacer algo drástico, algo que me sacara de esa espiral, y lo único que tenía sentido en mi cabeza era viajar.

Desde siempre supe que los viajes "tradicionales" no eran para mí. No quería una excursión planeada ni un grupo de desconocidos siguiendo un itinerario. No quería ser turista, quería perderme, mezclarme, borrar las huellas de lo que había sido hasta ese momento y empezar de cero en un lugar donde nadie me conociera. Ni siquiera yo misma. Al mismo tiempo, quería sentirme útil, saber lo que era vivir, aunque fuera por un corto periodo de tiempo en otro sitio que no fuera el mío. Quería trabajar, aportar algo, ser parte de una comunidad y no solo ver el mundo desde afuera.

Tailandia apareció en mi mente, quizá por esa imagen romántica y tan explotada de largarse al Sudeste Asiático en busca de respuestas. Muy al estilo de Comer, Rezar, Amar, pensé que ese debía ser mi destino, pero antes de decidirme, busqué el lugar más seguro para viajar como mujer y mochilera. Una y otra vez, Tailandia aparecía en las listas. No lo pensé más.

Vendí mi carro, hice una lista de lo que necesitaba, tracé un plan para irme por un año entero haciendo voluntariados en diferentes partes del mundo. Me sentía pequeña, pero de repente, en el proceso, me di cuenta de que estaba creciendo. Haciendo trámites que jamás había hecho, regándola en citas importantes, sintiendo una vergüenza inmensa cuando algo no salía bien, pero aun así, avanzando. Y después de meses de planeación y despedidas llenas de lágrimas con mi familia y amigos, emprendí mi viaje a lo desconocido.

Nunca había salido del país. Ya había subido a aviones, pero nunca había viajado por dos días para llegar a un destino tan lejano. Descubrí que mi inglés, aunque no era malo, tampoco era perfecto, pero aprendí que lo importante no era la gramática, sino hacerme entender. Sin embargo, no había imaginado cuánto iba a extrañar hablar en español, cuánto iba a extrañar la sensación de pertenecer.

Cargar una mochila pesadísima por tres países que no conocía, atravesar todo un territorio hasta llegar a un pequeño lugar en medio de la selva que sería mi hogar fue el primer reto. Pero en realidad, el desafío más grande era enfrentarme a mí misma.

Desde el momento en que pisé Tailandia, supe que estaba en otro mundo. El aeropuerto era un mosaico de personas de todos los rincones del planeta, rostros desconocidos, idiomas mezclados en el aire. Atravesé todo Bangkok en una maraña de tráfico, ruido y luces que parecían nunca apagarse. Al día siguiente, seguí cruzando el país para llegar al voluntariado. Un tren nocturno, diferentes aviones, taxis que hablaban un idioma que no entendía. Cada trayecto era una historia, cada mirada extraña un recordatorio de que estaba completamente fuera de mi zona de confort.

La primera impresión al llegar fue indescriptible. Tailandia es un país maravilloso. No podría hablar mal de él jamás. Todos me trataron bien, y en los momentos más difíciles, la calidez de la gente fue un refugio.

Durante el voluntariado, encontré algo que nunca había sentido antes: una comunidad que no se sentía forzada. Había otras chicas como yo, todas en busca de algo, todas con sus propias razones para haber dejado sus países, sus hogares, sus zonas seguras. Y eso nos unió de una manera genuina. Nos despertábamos juntas, trabajábamos en comunidad, cumplíamos con nuestras tareas diarias y, en los días libres, explorábamos los alrededores. Era la primera vez que sentí un sentido de pertenencia que no dependía de una estructura impuesta, sino de la simple convivencia con personas que compartían una búsqueda similar.

El voluntariado me regaló algo que no esperaba: un sentido de pertenencia. En la granja donde trabajábamos, conocí a chicas y chicos de todas partes del mundo. No importaban nuestras diferencias; al final del día, todas estábamos ahí buscando algo. Nos despertábamos antes del amanecer con el sonido de los grillos, dábamos de comer a las gallinas, recogíamos huevos, regábamos los vegetales que crecían en la tierra que pisábamos todos los días. Meditábamos juntos, cocinábamos juntos, planeábamos nuestras tareas como si lleváramos años haciéndolo. Era una rutina simple, pero cargada de significado.

Por las noches, hacíamos una fogata para ahuyentar a los mosquitos. Nos gustaba tomar cervezas después del trabajo, rodeados por el sonido de las ranas y los grillos, escuchando música de todas partes del mundo y charlando. Sin importar los idiomas, sin importar de dónde veníamos, esa noche éramos solo un grupo de personas compartiendo historias bajo el mismo cielo.

Por primera vez, estaba completamente sola, sin mi madre, sin mis hermanos, sin la certeza de que al final del día habría alguien familiar con quien hablar. Las trece horas de diferencia con mi familia convertían cada intento de comunicación en algo difícil, y a pesar de haber pasado largos periodos internada antes, esta soledad era diferente.

Hablando con otras chicas de países de "primer mundo", me decían lo afortunada que era. Y yo no entendía por qué lo decían hasta que me explicaron que, incluso en sus países, en sus vidas llenas de oportunidades y estabilidad, había muchas cosas que jamás podrían tener. Que la tristeza y el vacío existían en todas partes. Que la búsqueda de significado es universal. Fue ahí cuando entendí que lo que siempre había buscado, siempre había estado cerca de mí.

Cuando tomé la decisión de regresar, tuve miedo. No del viaje de vuelta, aunque fue largo y agotador, sino del juicio. De lo que dirían quienes sabían que mi plan era irme un año y que me verían volver en apenas un mes. Me daba pena que pensaran que había fracasado. Pero cuando me escuché a mí misma, cuando de verdad puse atención a lo que sentía, supe que no importaba lo que pensaran los demás.

Porque, lejos de sentir que había fallado, entendí que este viaje me había dado lo que realmente necesitaba. Me había dado perspectiva. Me hizo ver lo afortunada que soy de tener un hogar, una familia, la oportunidad de dedicarme a lo que amo. Me hizo valorar la comida de mi país, mi idioma, mi cultura, mis mascotas, el clima. Juro que nunca había amado tanto México como cuando no vivía en él.

Este viaje cambió la forma en la que tomo decisiones. Ahora sé que viajar me cura. Que me gusta vivir en los lugares que visito, no solo pasar por ellos. Que hay maneras de ayudar, de aportar. Que siempre hay formas de lograr lo que sueñas. Y que, si no hubiera dado este paso, probablemente habría muerto de tristeza.

Ahora disfruto mucho más mi tiempo sola. Valoro cada cosa que tengo y cada experiencia que puedo vivir. Me es más fácil separarme de mi familia para viajar, porque sé que siempre regreso. Me gusta viajar sola, conocer nuevas personas y entender que nunca soy la única que está en busca de algo. He construido grandes amistades con personas que no están cerca de mí físicamente, pero con quienes comparto mucho más de lo que imaginaba.

Y, sobre todo, ahora sé que cuando necesite huir y encontrarme de nuevo, siempre puedo hacerlo. Y lo haré.

Este viaje me llevó lejos, pero lo que realmente hizo fue traerme de regreso a mí.

Gracias por atreverte, por irte y por regresar.


--Amor Hdz.


Gaarawé Village, Klong Sok, Tailandia.
Gaarawé Village, Klong Sok, Tailandia.

 

 
 

Entradas recientes

Ver todo

Preguntas al vacío

Hay días en los que despierto y la nostalgia se queda conmigo, como si hubiera encontrado en mi almohada su lugar favorito. A veces me...

Comments


Contáctame

Pregúntame lo que sea.

"Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Amor M. Chávez H. y están protegidos por derechos de autor. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización."

bottom of page