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A través de los días y los atardeceres

Foto del escritor: Amor HdzAmor Hdz

El año está por terminar y, al mirar atrás, lo único que puedo pensar es: ¿Cómo es que pasó tan rápido y tan lento a la vez? Este 2024 fue una mezcla extraña de despedidas y encuentros, de aprendizajes inesperados y decisiones difíciles. Mucha gente llegó, mucha se fue. No todos dejaron una marca profunda, pero cada uno me mostró algo, aunque fuera pequeño.

Este año fue sobre soltar y avanzar, pero también sobre encontrar y abrazar todo lo que soy. Descubrí que mi hogar no es solo un espacio físico, sino un refugio emocional que construí con tiempo, paciencia y, sobre todo, con amor propio. Ahí aprendí a convivir conmigo misma sin escapar. Mi corazón dejó de buscar respuestas donde no las había, dejó de cargar historias que ya no le pertenecían. Y al soltar ese peso, me di cuenta de algo simple: podía respirar.

Respirar se sintió como un lujo, un privilegio que había estado postergando mientras me aferraba al pasado. Este año me enseñó a dejar ir sin rencor, a entender que no todos los cierres necesitan un gran final. Algunas cosas simplemente terminan, y eso está bien.

Viajé más ligera, pero no solo físicamente. En algún punto, casi sin darme cuenta, crecí alas. No fueron alas perfectas ni enormes, pero fueron mías, y con ellas llegué a lugares que nunca pensé que vería. Me descubrí disfrutando del calor más que del frío, dando besos con menos miedo, agradeciendo en lugar de quejándome.

Conocí a personas que iluminaban la habitación al entrar y a otras que cargaban tormentas. Ambas me dejaron algo valioso: la certeza de que mi paz no tiene precio. Aprendí a poner límites, incluso cuando dolía, y entendí que soltar no es perder, sino liberarme.

Este año también fue de reconciliaciones. Miré atrás a las partes más dolorosas de mi historia, las heridas que durante tanto tiempo me definieron. Este año no puse una navaja en mi piel, y eso, más que una victoria, es una declaración de amor propio. Bajé mis medicamentos y pensé menos en la muerte. No porque desaparecieran mis luchas, sino porque finalmente elegí quedarme, aún cuando nadie más lo hacia.

Mis logros no solo fueron emocionales. Este año compartí más de mi arte, ese pedazo de mí que había guardado tanto tiempo. Publicar mi blog, comenzar mi libro y atreverme a creer en mi voz fueron pasos gigantes para alguien que durante años dudó de su valor. Encontré fuerza en las palabras, no solo en las que escribo, sino también en las que escuché de otros.

Entre los viajes y las conversaciones, descubrí que mi hogar no está en un lugar físico, sino en las conexiones que hago. Hablé con amigas y amigos de todo el mundo, compartiendo risas, historias y aprendizajes que me mostraron que no estoy sola, incluso en los días más grises. Este año no solo aprendí palabras nuevas en otros idiomas, sino que también encontré el mío: una forma de expresarme que se siente auténtica, mía.

En el proceso, aprendí a estar sola, realmente sola, sin llenarme de ruido o distracciones. Descubrí que la soledad no es un castigo, sino un espacio para encontrarme. Y en ese silencio, bailé con los ojos cerrados, dejé que el sol me pintara poemas en los atardeceres y agradecí más que nunca.

Este año fue un recordatorio constante de que no todo tiene que ser perfecto para ser significativo. A veces, los momentos más simples —un mate o una cerveza con una amiga, una canción que escuché por primera vez o redescubrí, una conversación que cruzó fronteras— se convierten en los más valiosos.

Hoy, mientras cierro este capítulo, no siento nostalgia. Siento gratitud. Gratitud por todo lo que viví, por todo lo que aprendí, y por todo lo que compartí. Este año encontré mi voz, fortalecí mis alas y me descubrí lista para lo que venga. No sé qué traerá el próximo año, pero sé que tengo lo necesario para enfrentarlo, y eso es suficiente.




Un mate durante el atardecer en Zicatela, Puerto Escondido.
Un mate durante el atardecer en Zicatela, Puerto Escondido.


--Amor Hdz.

 
 

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